REGALO 10

Para cuando una mujer duerme con el hombre equivocado

Durmiendo con otro, soñando contigo. Así son mis noches y ni me preguntes de los días, porque también acostumbro soñar despierta. Hoy se cumplen dos años de aquel adiós en esa tarde lluviosa de noviembre. En un día de muertos fue cuando se murió nuestra historia. No sé si me recuerdes con la misma intensidad que yo lo hago, pero me gusta pensar que sí. Me gusta mandar a mi mente de paseo por aquellos momentos en que éramos solo tú y yo. Nadie más. Todavía recuerdo cómo nos conocimos. Te inscribiste a la clase de gramática que yo impartía en la universidad. Llegaste tan limpio, perfumado y con tus jeans rotos por la moda, con tu mochila al hombro y con esa camiseta azul ajustada a tu torso sin barriga. Perdona que menciona tu ausencia de barriga, pero a mis años eso importa. Yo pasando los cuarenta, tú en mitad de los veintes. Los años de diferencia no importaron para que a los pocos minutos tu mirada y la mía se engancharan y me quedé ahí, suspendida en el verde de tus ojos.

Esa noche llegué a casa y me desnudé frente al espejo. Mi vientre flácido, mis piernas acariciadas por la celulitis y mis senos apuntando hacia el piso. A pesar de ser delgada, el paso del tiempo y la ausencia de ejercicio no ayudaron a que todo se quedara en su lugar y cómo me pesó reconocerlo. Desde que me divorcié inconscientemente clausuré mi cuerpo y dejé de verlo, de cuidarlo. Después de separarme de Rafael, me puse un envoltorio transparente sobre la piel, uno igual al que le ponen al pollo en el supermercado. Sí, uno de ese plástico delgado que se adhiere y que no deja pasar nada. Y nada pasaba en mi vida ni en mi mente, hasta que apareciste tú.

Cuando te vi levantar la mano en el estacionamiento de la universidad, pidiéndome un aventón, mis piernas temblaron y mis manos sudaron de manera estúpida. Me ponía nerviosa tan tenerte cerca. Te subí y te llevé. Mejor dicho, me subiste a una nube y me llevaste a tu cielo. No sé cómo, pero terminamos comiéndonos a besos en la sala de mi casa y fue el inicio de algo que sería una costumbre: hacer el amor en el sofá de Rafael. Todavía recuerdo cuando le dije: «Rafa, si quieres llévate tu sillón de piel que tanto te gusta». No quiso cargar con él, dijo que estaba viejo y que ya no servía para nada. ¡Ja! ¡Igual que yo! Vieja y que no servía para nada. Así me sentía antes de que tú le dieras uso al sofá … y a mi cuerpo.

Me compré ropa nueva, me inscribí en el gimnasio. Visité a la manicurista y a la peinadora. Comencé a escuchar a Shakira y dejé de lado a Camilo Sesto. Rejuvenecí en tus brazos.

¿Cómo te voy a olvidar si te has quedado en cada rincón de mi casa? Tu fantasma deambula por todas partes. Si entro a la ducha, recuerdo tus caricias bajo el agua, cuando me tomabas por la espalda. Si paso a la cocina, te veo encima de mí sobre la mesa, tirando platos y cucharas al piso pasa que no te estorbaran en el momento del ataque. Con casi cuarenta, casi me quedo contigo para siempre. Casi. Sigue el «pero».

Pero una mañana de mayo, recibí una llamada inesperada. Era Flavio, mi amor de adolescencia. Aparecía de la nada, de regreso a la ciudad, divorciado y con deseos de verme. Acudí a la cita y cuando me preguntó: «¿Sales con alguien?», tuve que responder lo que ya era costumbre: «No».

¿Cómo decirle a Flavio y a los demás que estaba enamorada de un hombre más de diez años menor que yo, que era mi alumno en la universidad y con el que tenía el sexo más maravilloso de mi vida? ¿Cómo decirle eso que tú y yo decidimos guardar en secreto?

Muchas veces hablamos de decirle al mundo lo nuestro, pero cada vez, la cordura tocaba a la puerta y nos recordaba que no era correcto. Razones sobraban, la primera tu novia. Esa cándida chica veinteañera que visitabas cada fin de semana, con la que ibas al cine y cenabas en casa de tus padres. Esa chica a la que le habías prometido matrimonio. La segunda, mi hijo. Ese muchacho de veinte años que estudiaba en otra ciudad y que venía a verme cada fin de semana, ese hijo que me creía incapaz de algo indebido. La tercera, porque te amo, y jamás permitiría que pasaras el resto de tus días cuidando a una vieja, procurando a un hijo de otro. Tú eres joven y apenas empiezas a escribir tu historia. Mi historia ya iba en el segundo tomo.

Así las cosas, me hice de un novio de mi edad. Flavio es un hombre atento, respetuoso, responsable y comprensivo. Diferente de Rafael y por su edad pudiera ser tu padre. Sus canas y arrugas en la frente lo hacen interesante, pero tiene barriga. Esa barriga de televisor y de señor que ya ha sido casado. Nada que ver con tu torso de lavadero, su olor es muy diferente, es olor a viejo.

A pesar de mi nueva relación, nuestros encuentros clandestinos continuaron. «Eres secreto de amor», canta Joan Sebastian y yo canto con él. Tres veces por semana a mediodía mi casa se convertía en un campo de deseo. Por las noches me sentaba en salón de té en donde entre charlas y velas recibía a Flavio.

Una noche Flavio me dijo que no se iría, que quería pasar la noche conmigo. Lo demás se vino rápido. Un «¿Quieres ser mi esposa?» y un «Sí, acepto». Cuando me preguntabas ¿A quién prefieres? ¿A Flavio o a mí?, yo te contestaba: Flavio es para mí la Tierra, tú eres para mí el Cielo.

Y como tenía que poner los pies sobre la Tierra, me casé con Flavio y comencé otra historia. Tus lágrimas, tu furia, tu impotencia y tu cariño los guardo en cada centímetro de mi piel. Habitas en mí, te sueño a mi lado. Tuve que elegir entre el ímpetu de tus caricias y la serenidad de un compañero. Pero cuando vas caminando hacia los cincuenta te das cuenta de que la compañía es un valioso tesoro y no quería estar sola en la ruta final de mi existencia. Y tampoco quería hacerte esclavo de mis años, hubiera sido injusto que vieras el mundo a través de mi mirada. Tienes derecho a tener hijos, una esposa joven y a construir un futuro lleno de buenas noticias. Yo ya no soy noticia, yo ya soy historia.

Tus dolores eran por lesiones deportivas. Mis dolores eran por lesiones de por vida. Tenías una cicatriz que te hiciste jugando soccer. Yo tengo una cicatriz de la cesárea. Tú te compras el Ipod de moda y yo lo compro para mi hijo. Tú me hacías el amor para recibir sexo, yo te daba sexo para recibir amor. Dos destinos que se cruzaron cuando eran paralelos.

El agua volvió a su cauce. La cordura venció a la pasión. Ese adiós tómalo como el último acto de amor que te regalo. Te saqué de mi vida para meterte en lo más profundo de mi corazón.

Ahí habitas conmigo, mientras yo habito con Flavio. A veces despierto en la madrugada y te busco en mi cama. Pero solo está Flavio roncando. Me levanto, entro al baño y me miro en el espejo y me digo: «Estás durmiendo con el hombre equivocado».

Es el hombre equivocado pero la historia correcta.