Escribir es un trabajo solitario. La soledad se convierte en una habitual compañera que provoca que las páginas en blanco se llenen con mayor facilidad.  Al menos ese es mi caso. Sí puedo escribir en lugares públicos y rodeada de personas, ya sea en alguna cafetería o en la sala de espera de un aeropuerto. Sin embargo, incluso ahí estoy completamente aislada de todo: la soledad me cobija y aunque haya ruido o gente caminando a mi lado, pasan a segundo término, como si entrara en una dimensión propia en donde únicamente existimos mi escritura y yo.  Por eso disfruto más leer y escribir estando a solas.

Sin embargo, la soledad es temida y no a todos les gusta su silenciosa presencia.  Existen personas a las que la ansiedad las aprisiona cuando se encuentran solas en casa. Se ponen de inmediato a chatear, a hablar por teléfono con alguien o encienden la televisión a todo volumen aunque no la vean. Estoy hablando de esa soledad que eliges vivir, no de la que llega como consecuencia de conflictos en nuestras relaciones humanas, o que la origina un problema emocional grave o un evento traumático.

Hay una soledad que se trata de disfrutar de la presencia de uno mismo, de escuchar tu respiración y sentirte en paz; de leer, comer, escribir y gozar detalles cotidianos de nuestra existencia en compañía de nuestro propio ser. Es un disfrute. Tal vez por pensar así es que elegí mi camino como escritora.

Es curioso, pero el gusto por estar con uno mismo es todo un arte. Y una aventura también.  Estando a solas conectas con tu creatividad, con tu paciencia, con tu voz interior, y con más claridad puedes reflexionar con más claridad acerca de los mensajes que pululan por tu mente. Puedes acariciar tu conciencia e incluso charlar contigo mismo.  He encontrado muchas respuestas estando a solas en mi casa, o en la habitación de algún hotel.

Para mí, escribir es un trabajo solitario, pero no me siento sola. El placer que siento al estar en contacto con las personas, conviviendo o escuchando sus historias, que después serán decantadas en mis letras, es el mismo que siento estando a solas con una página en blanco. He de confesar que mi familia y amigos ya conocen mis síntomas cuando entro en “trance”, así que no necesito pedirles privacidad, ellos ya saben que tienen que apartarse ¾aunque estén en casa¾  porque  Rayo la que escribe necesita a doña Soledad para trabajar mejor.

Dejé de temerle a la soledad hace mucho tiempo. Me gusta viajar sola, comer sola, ir al cine sola, y escribir a solas.  Disfruto igual que estando acompañada.

Caminando sola por París he descubierto rincones de esa ciudad que seguramente no habría encontrado caminando acompañada, porque mi percepción del mundo y lo que me rodea es distinta estando a solas.  Fluyo a mi ritmo, escucho mi latido y pongo más atención a mis pensamientos.

Concebir a la soledad como algo triste o indeseable ya no va conmigo.  Estar solo es estar con uno mismo. Y si te gusta tu propia compañía, es que te valoras y te amas. Considero que una dosis ocasional de soledad es benéfica para la autoestima. Asociar siempre la soledad con el vacío o la tristeza ya no va conmigo. Prefiero relacionar mi soledad con la creatividad, la inspiración, la reflexión y la paz interior.

Estar a solas es experimentar una libertad única, en ese espacio y momento en el que solo mis ojos me perciben y puedo ser yo y no hay juicios.  Las oportunidades que a veces nos da la vida de quedarnos solos ¾después de una ruptura amorosa, de un distanciamiento amistoso, o de un conflicto familiar¾, también pueden ser lapsos de vida que vengan a mejorarnos como seres humanos, a pesar del dolor que esta experiencia lleve implícita.

No es lo mismo estar solo que sentirse solo. He experimentado momentos en los que me he sentido sola a pesar de estar rodeada de personas. La experiencia de la soledad tiene sus matices, y más en la vida contemporánea, porque muchos dicen “paso mucho tiempo solo”, pero en realidad están conectados a sus redes sociales y a final de cuentas interactuando con otros seres humanos, chateando o compartiendo contenidos.  Para mí esa experiencia no es estar a solas. Estar a solas es estar conmigo. Y estar conmigo me gusta.  Creo que para que algo emane de tu interior primero lo tienes que vivir tú mismo y luego trasladarlo al otro. Creo que en nuestros momentos de soledad valiosa nos transformamos en mejores individuos para relacionarnos con los demás.  El placer de estar con uno mismo y de realizar tareas sin compañía nos prepara mejor para que estemos con otros, disfrutemos lo que compartimos en sociedad. Una caminata por un bosque, la inmersión en un buen libro, escuchar música, correr, hacer meditación, escribir, y muchas actividades más, pueden ser maravillosos momentos si sabemos estar con nosotros mismos. La soledad que elegimos para crear o crecer es un estado de autoconocimiento y libertad interior. Para mí es la compañera perfecta para escribir.